El valor de la palabra




El día de la bandera como el de la independencia y otras fechas patrias son motivo para recordar a los próceres y sus actos de arrojo, qué mejor ocasión para repensar cuáles son nuestras construcciones para esa Patria que suena abstracta, cuáles son las banderas que defendemos.

Todos aplaudimos a los chicos de cuarto grado que prometieron la bandera, y más de uno gritó "Viva la patria", porque los símbolos son fuertes y nos hacen, al menos por un momento, olvidar las diferencias, acortar las distancias. Si cantamos unidos el himno argentino, cómo no emocionarnos con esas caritas de ansiedad de quienes iban a hacer su promesa a la bandera. 

Pero también, cada día más, los actos patrios son eventos sociales y el simbolismo celeste y blanco tiene que hacerle lugar a las fotos y demostraciones de presencia. Esos pseudo acontecimientos van trastocando el sentido de recordar a los héroes y sus hazañas. Pasamos de mirarnos en ese espejo que queríamos emular de niños, a percibirnos como parte de una puesta en escena que podría darse igual para un aniversario patrio, un concierto o una aparición en redes sociales por cualquier motivo. 

Las urgencias cotidianas, las modas, el egoísmo, las presiones propias y ajenas, la ambición, le disputan el protagonismo a la palabra dada y parece que ganan la batalla las imágenes y palabras -en plural- floridas, debidas, impostadas, las que a todos nos gusta escuchar y celebrar.

Esta situación no es nueva, ya aquellos hombres (y mujeres no nombradas), de la historia sufrían el poder de turno y sus caprichos. El propio Belgrano a quien hoy recordamos, vivió presiones que lo llevaron a escribir en 1812, "con dolor y rabia", dirán algunos recopiladores: 

“La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella, y se harán las banderas del Regimiento Nº 6, sin necesidad de que aquella se note por persona alguna, pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el Ejército, y como éste está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con lo que se les presente”.

Por suerte hechó al olvido esas situaciones y no su lucha; siguió adelante  y enarboló la bandera, con la misma convicción con que había escrito: 

“...diré también, con verdad, que como hasta los indios sufren por el Rey Fernando VII  y les hacen padecer con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oír el nombre de Rey ni se complacen con las mismas insignias con que los tiranizan. Puede V.E. hacer de mí lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila, y no conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria, otro interés que el de esta misma, recibiré con resignación cualquier padecimiento, pues no seré el primero que he tenido por proceder con honradez y entusiasmo patriótico”.

De esta jornada me queda el deseo de que podamos reflexionar sobre nuestros compromisos, los que asumimos como promesa con la patria, con un ideal, con una profesión, con los otros, esos compromisos que nos fortalecen porque nos definen. Que le demos valor a nuestra palabra, y podamos sostenerla como bandera a pesar de los aprietos y dilemas, que hagamos de los valores nuestra guía y seamos fieles a ellos para poder decir al final del camino y en cada etapa de él, que hemos obrado con honradez y entusiasmo patriótico.


Fotografía: Nicolás Bié

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